Nos tocó pelear otra guerra
De un momento a otro me encuentro en el puerto, el llanto sin consuelo, las despedidas sin una esperanza del reencuentro. Una vez más me encuentro con mi mano en alto, esta vez me toca despedir a mi hermano, Josef el que fue mi padre y mi madre, mi refugio y el que fue tantos años mi sustento, su silueta se va perdiendo a lo lejos y no logro distinguirlo, pero esta vez no puedo permitirme caer, el fruto que llevo en mi vientre me necesita fuerte, no puedo caer.
Despierto gritando y temblando. Una vez más aparecen en mis sueños, siendo tan reales, tan completos.
—Abuela, ¿Te encuentras bien? —la voz dormida de Jane hace que me lamente. Hace un tiempo no la dejo dormir en paz.
—Tranquila mi niña, solo fue un mal sueño. Ve a dormir.
Cierro los ojos, respiro profundamente y caigo rendida nuevamente en mis sueños.
Meses esperando, no había respuesta alguna hasta hoy, la lista de bajas detona mi mundo, lo rompe en pedazos.
Josef Klein
Me tiemblan las manos, me tiembla todo el cuerpo. No, no es él. No puede ser él. No puedo contener el llanto, grito tan fuerte que me raspa la garganta y me deja sin aliento, nadie me abraza, nadie consuela mi alma. Siento una pequeña patadita, sé que me está diciendo que no estoy sola, no puedo caer, aún hay esperanza.
Abro los ojos, tengo a mi bebé en brazos, sus pequeñas manitos toman mi dedo índice, tiene los rasgos de su padre.
—Felicidades, es una niña.
Lucie, mi pequeño salvavidas.
Ella cumple un año, dos años, cinco años, diez años, quince años, pero su padre jamás volvió, me encuentro sola luchando.
Despierto con lágrimas en mis ojos y la respiración entrecortada. Doy vueltas en la cama, luego de varios intentos se que no voy a volver a conciliar el sueño. Me levanto despacio, los años fueron haciendo estragos y, a duras penas puedo mantenerme en pie por mucho tiempo. Me dirijo a la cocina a paso lento, me detengo frente a la ventana, los primeros rayos de sol se acercan tímidos a lo lejos, iluminando suavemente la niebla matutina. Como cada mañana comienzo a preparar el desayuno: Lucie llegará en cualquier momento.
Estoy tan concentrada terminando el desayuno que cuando me doy la vuelta doy un grito al ver a Jane sentada en la mesa. Ella comienza a reír a carcajadas y mi mano tiembla sobre mi pecho.
—Muchachita, esta pobre vieja ya no está para semejantes sustos.
—Lo siento mucho, abuela—responde apenada.
El chirrido de la puerta nos hace desviar la vista.
—Mamá llegaste—exclama la pequeña saltando de la silla.
Lucie la abraza fuerte, veo el cansancio en sus ojos y el gran peso que lleva en sus hombros, no es fácil mantener a una hija y una madre, pero no da ni una queja. Me regala una pequeña sonrisa con sus últimas fuerzas. Siempre fuimos ella y yo contra el mundo, nos quedamos tan solas, nos tocó pelear otra guerra sin bombas ni disparos. Esta fue una silenciosa, una que llevábamos por dentro, una que casi termina conmigo pero que pude vencer por ella.
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